martes, 6 de agosto de 2013

Muerte por masculinidad

Sarah Hawkes, Kent Buse

30 July 2013

LONDRES – Los medios de comunicación constantemente informan sobre las maneras en que las actividades cotidianas pueden dañar nuestra salud. No obstante, quizás el riesgo para la salud mundial de más largo alcance, pero a la vez más desatendido, surge de las normas de género.

A pesar de la abrumadora evidencia que indica que los estereotipos y las expectativas basadas en el género pueden afectar negativamente a la salud, los problemas de salud relacionados con el género se ignoran o mal interpretan, y a menudo las organizaciones internacionales de salud constriñen los esfuerzos específicos de género a las mujeres o, aún de forma más estrecha, a únicamente las madres. Sin embargo, según información de la Organización Mundial de la Salud, en todos los países con excepción de tres países en el mundo (in all but three countries worldwide), las mujeres tienen una mayor esperanza de vida que los hombres, que llega hasta un máximo de siete años más, como es el caso en Japón, o por lo menos hasta un año más, como ocurre en los países más pobres del África subsahariana.

La mayor esperanza de vida de las mujeres se ha vinculado a las diferencias en la “predisposición biológica”, que se explican con teorías que van desde la protección que ofrece los niveles más bajo de hierro en las mujeres hasta la ausencia de genes “extra” que están presentes en el cromosoma “Y” de los hombres. Sin embargo, algunos de los factores más obvios que acortan la vida de los hombres se encuentran en un ámbito más común y silvestre, pero políticamente más sensible: en las diferencias entre los comportamientos que se consideran “apropiados” tanto para los hombres como para las mujeres, según lo dictado por la sociedad y reforzado por el mercado.

Los datos publicados el año pasado en The Lancet muestran que las diez principales enfermedades más graves a nivel mundial son más comunes en los hombres que en las mujeres, y con frecuencia por un amplio margen. Por ejemplo, los hombres mueren de cáncer de pulmón en un porcentaje que dobla al de las mujeres. Del mismo modo, las muertes y lesiones de tránsito y las discapacidades relacionadas con el alcohol son responsables por una pérdida de años potenciales de vida saludable en los hombres en un nivel que triplica al de las mujeres. Estas diferencias pueden explicarse en gran medida por el hecho de que los hombres están expuestos a más riesgos que las mujeres. Si bien puede haber un componente biológico que explica la propensión de los hombres a tomar de riesgos (sobre todo entre los hombres más jóvenes), las normas de género refuerzan las conductas de riesgo o insalubres al asociarlas con la masculinidad.

La comprensión y explotación de las normas de género ofrece beneficios comerciales. Debido a que las normas sociales en gran parte del mundo desalientan el consumo de tabaco y alcohol por parte de las mujeres, y, en casos extremos, desalientan que las mujeres conduzcan vehículos y motocicletas, los anunciantes en estos sectores tienden a centrarse en los hombres. Por ejemplo, los productores de bebidas alcohólicas son los principales patrocinadores de los deportes profesionales masculinos, pero rara vez patrocinan eventos deportivos femeninos.

Es más, los anunciantes suelen promover una filosofía que invita a “vivir rápido, morir joven” con el fin de alentar a los hombres a ignorar los riesgos para la salud inherentes a sus productos. A pesar de que tres de los “Hombres Marlboro” originales murieron de cáncer de pulmón, su espíritu machista perdura en la publicidad de los productos de tabaco en muchos países de bajos y medianos ingresos. Las diferencias en los resultados concernientes a la salud se exacerban aún más por la tendencia de las mujeres a utilizar con mayor frecuencia los servicios de atención de la salud en comparación con los hombres. Parte de este uso adicional se debe a las necesidades que tienen las mujeres en cuanto a planificación familiar o uso de servicios de atención prenatal, cuando están en la búsqueda ya sea de prevenir o de promover la reproducción. No obstante, incluso cuando se espera que el uso de los servicios de atención de la salud sea análogo, como por ejemplo en la atención de la salud de quienes
sufren de VIH/SIDA en África, las expectativas basadas en el género obstaculizan que los hombres VIH positivos obtengan medicamentos antirretrovirales de manera proporcional a sus necesidades.

A pesar de las normas de género están socavando claramente la salud de los hombres en todo el mundo, las principales organizaciones internacionales siguen haciendo caso omiso al problema o abordan únicamente los temas que están específicamente dirigidos a las niñas y mujeres al momento de elaborar estrategias para mejorar la salud mundial. La Iniciativa Mundial de la Salud (Global Health Initiative), por ejemplo, utiliza en Estados Unidos dinero de los contribuyentes para compensar las “desigualdades y disparidades relacionadas al género que de manera desproporcionada ponen en peligro la salud de las mujeres y las niñas”. Sin duda, las niñas y las mujeres tienen menos poder, son menos privilegiadas, y tienen menos oportunidades que los hombres en todo el mundo. Pero eso no justifica ignorar la evidencia. Después de todo, no se puede esperar que un abordaje que se centra en la mitad de la población que toma menos riesgos y utiliza los servicios de salud con mayor frecuencia elimine las desigualdades de género.

Hacer frente a las cargas sociales y económicas que se asocian al mal estado de salud –sobre todo las derivadas del envejecimiento de la población en muchos países – requiere de un nuevo abordaje para reemplazar al modelo desequilibrado e improductivo que prevalece actualmente. Es el momento de cambiar las normas de género que están minando la salud de los hombres por un énfasis social, cultural y comercial en estilos de vida más saludables para todos. Las normas de género no son estáticas. Las sociedades, las culturas y los mercados potenciales cambian. Por ejemplo, los patrones de consumo de alcohol en Europa están empezando a cambiar. Mientras que los hombres continúan bebiendo más – y más a menudo – que las mujeres, la frecuencia con la que los muchachos y muchachas informan encontrarse borrachos es ahora casi igual entre géneros. A medida que los mercados de Asia y África se abren, cambios sociales similares pueden sobrevenir, ya que los anunciantes de alcohol y tabaco buscan nuevos clientes. Tenemos que actuar ahora para alcanzar la justicia de género en el ámbito de la salud mundial.

Según el filósofo romano Cicerón: “Los hombres se asemejan a los dioses cuando dan bienestar a la humanidad”. La multimillonaria industria de la salud mundial parece haber cambiado la máxima de Cicerón, ya que se centra en “dar salud a las mujeres”. Sin embargo, hacer hincapié en la salud de un género socava la igualdad de género y hace que las iniciativas mundiales de salud pierdan el sentido, que es – o debería ser – mejorar los resultados concernientes a la salud para todos.

Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

This article is available online at:
http://www.project-syndicate.org/commentary/the-impact-of-gender-norms-on-mens-healthoutcomes-
by-sarah-hawkes-and-kent-buse/spanish
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viernes, 2 de agosto de 2013

El macho veloz

Por: | 27 de julio de 2013
"Virilidad: era forzoso confirmar que nuestro sexo era aguerrido, valiente, destructor. Nos exigíamos no flaquear nunca. Ser impermeables al miedo, a la duda, al temblor".
Andrés Neuman, Una vez Argentina

Foto: Asssociated Press
La masculinidad patriarcal, que pese a los muchos cambios que también los hombres hemos ido experimentado en el siglo XX sigue siendo la dominante en los patrones culturales, se apoya en la construcción de una identidad que, a su vez, se ajusta como un aguante a las exigencias del mercado y a las reglas del capitalismo. Es decir, el hombre competitivo, obsesionado por el desempeño, que no desfallece ante los problemas, que se muestra ambicioso y autoritario, es el que tiene más posibilidades de alcanzar el éxito y, por supuesto, el que con toda seguridad seguirá ocupando las posiciones de poder político y económico. Un hombre amante del riesgo, que se pone a prueba a sí mismo de manera constante, que incluso desprecia su propia integridad física en nombre de la bendición de los pares, que no duda en lanzarse a aventuras de manera imprudente e irracional. El que demuestra su hombría, "que los tiene bien puestos", en competiciones deportivas, en demostraciones absurdas de su omnipotencia y en una permanente exigencia de heroísmo mediante la cual dejar claro en las fraternidades varoniles que él cumple las exigencias del pacto. Que puede ser reconocido como un igual y que, a su vez, está capacitado para ejercer poder, y por lo tanto violencia, sobre los más débiles: no sólo las mujeres sino también aquellos hombres que, traicionando las reglas patriarcales, son unas "nenazas".
De ahí que no nos debería extrañar la presencia masiva de hombres en deportes de riesgo, su participación en rituales 'tribales' donde demuestran su fuerza y sus ansias competitivas, el afán por ser dueños de un vehículo potente mediante el que mostrarse reyes del asfalto e incluso jugar a saltarse las reglas, lo cual será aplaudido y admirado por sus pares. Unos patrones en los que, no lo olvidemos, sigue educándose mayoritariamente a nuestros niños y jóvenes.
No hay más que repasar las líneas divisorias de los juguetes dirigidos a niños y a niñas, la publicidad que insiste en convertirlos a ellos en superhéroes y a ellas en princesas de cuento u observar con detenimiento como se comportan unos y otras en el patio del colegio. A lo que podríamos añadir, por si nos queda alguna duda, la publicidad mayoritaria de automóviles que insisten en la seducción de la velocidad y en la conversión del coche casi en un atributo erótico del hombre que se siente orgullo de serlo. Baste con recordar el anuncio de hace unos meses en el que el chico protagonista hablaba con orgullo de sus posesiones, entre las que estaban un maravilloso apartamento, una chica espectacular y, claro, el cochazo que parecía ser un factor ineludible en sus logros como macho que se hace respetar.
Por todo ello, no nos debería sorprender lo que publican muchos periódicos en torno a Francisco José Garzón Amo, el maquinista que al parecer estaba al mando del Alvia 151 cuando descarriló a tres kilómetros de Santiago de Compostela. Sin entrar en el análisis de las posibles causas del accidente -para eso ya están los/as tertulianos/as que llevan días convertidos en expertos de este tipo de sucesos-, y por lo tanto de las responsabilidades que puedan derivarse desde el punto de vista penal, lo que me ha llamado la atención es lo que este individuo tenía publicado en su perfil de Facebook, el cual fue eliminado poco después de empezar a difundirse en los medios.
Según reflejan varios diarios, en dicho perfil había colgadas diversas fotografías y comentarios relacionados con la velocidad con la que manejaba un tren en fechas pasadas. En una de las imágenes, en la que se puede ver un velocímetro de tren que marca 200 kilómetros por hora, Garzón se jactaba de la velocidad. La foto está subida en marzo del 2012. Uno de sus amigos le advierte "chacho que vas a toda hostia frenaaaaaaa" y le comenta que "como te pille la Guardia Civil, te quedas sin puntos... jejeje". Garzón del Amo le responde en mayúsculas: "Qué gozada sería ir en paralelo con la Guardia Civil y pasarles haciendo saltar el radar, jejeje, menunda multa para Renfe... Jejeje".

El maquinista del tren de Santiago, escoltado por un policía, tras el accidente. Por Óscar Corral
 
Con independencia de que se trate de una broma más o menos privada, o un ejercicio desde mi punto de vista excesivamente irresponsable de la complicidad que se suele generar entre varones, lo más relevante de estas referencias, con independencia insisto de las responsabilidades que finalmente se dictamen judicialmente en el caso concreto que ha motivado estas líneas, es que dicho perfil nos da muchas pistas de cómo los hombres seguimos construyéndonos en unas dinámicas tremendamente perversas. Unas dinámicas que, en muchos casos, acaban teniendo consecuencias sobre los demás.
En este sentido, todas y todos deberíamos reflexionar por ejemplo sobre el coste social que tiene la pervivencia de un determinado modelo de masculinidad, que se traduce en violencia, en conductas de riesgo, en desprecio del diálogo. Incluso cabría analizar cuánto gasta, en términos puramente económicos, el Estado en reparar las consecuencias de ese modelo, el cual se traduce, y cito sólo tres ejemplos muy rotundos, en actividades delictivas, en accidentes de tráfico o en fracaso escolar. Es decir, debería ser una tarea urgente que las políticas de igualdad asumieran como uno de sus ejes esenciales la atención a la masculinidad, en el sentido de ir promoviendo una revisión del orden patriarcal y una construcción de lo viril de acuerdo con unos parámetros que no sólo nos harán más felices a nosotros sino que también redundarán en una sociedad más pacífica y con menos peligros para todos y todas.
El perfil del maquinista es un ejemplo más de cómo mucho de los males que nos siguen aquejando tienen que ver con la supervivencia de un patrón de lo masculino que provoca heridas en nosotros mismos y en quienes nos rodean. De ahí la urgencia de unas políticas que también nos miren a nosotros y de una revolución, la feminista, que acabe por fin instalando como valor social el heroísmo que supone asumir nuestra vulnerabilidad y la necesidad por tanto de relacionarnos tierna y cuidadosamente con los demás.

Publicado originalmente en:  http://blogs.elpais.com/mujeres/2013/07/el-macho-veloz.html