sábado, 20 de abril de 2013

Los hombres también tenemos género





Por Octavio Salazar publicado el 18/04/2013
Todavía hoy a muchos, y también a muchas, les sigue sorprendiendo que me defina como hombre feminista, algo que además en estos tiempos de retrocesos democráticos proclamo con contundencia siempre que puedo. No obstante, a estas alturas debería ser incuestionable que la  igualdad de derechos de mujeres y hombres es un presupuesto ineludible de la democracia. En consecuencia, cualquier demócrata, hombre o mujer, debiera ser feminista, en cuanto que individuo comprometido con el objetivo de que el sexo no sea un obstáculo para el acceso a los bienes y el disfrute de los derechos.  Desde el convencimiento de que el feminismo no es lo contrario al machismo y de que la lucha de aquel no es contra los hombres sino contra el orden social y cultural que representa el patriarcado.  
A diferencia de las mujeres, que llevan siglos cuestionando su lugar en la sociedad y el pacto social que las ha mantenido históricamente discriminadas, los hombres no hemos tenido la necesidad de mirarnos en el espejo y mucho menos de analizar críticamente una estructuras que nos beneficiaban. Como bien sentenció John Stuart Mill, hemos sido educados en la “pedagogía del privilegio” y, por tanto, nos hemos limitado a ejercer el poder en unas estructuras binarias basadas en la supremacía de lo masculino sobre lo femenino. Todo ello además con el respaldo garantista de los ordenamientos jurídicos y desde la identificación de lo universal con lo masculino.
Con ese desigual reparto de posiciones se configuraron los Estados contemporáneos, la teoría de los derechos humanos y hasta las mismas democracias que durante décadas excluyeron a las mujeres de  la plena ciudadanía. Como bien ha analizado el feminismo, el pacto social estuvo precedido de un “contrato sexual” mediante el que se consagró el privado como espacio de sometimiento de las mujeres mientras que en el público nosotros ejercíamos  plenamente los derechos como ciudadanos.
En paralelo se consolidaron dos mundos, el masculino y el femenino, articulados de manera jerárquica y a los que correspondieron valores, hábitos y actitudes concebidos desde la oposición. En este contexto los hombres hemos sido siempre socializados para desempeñar la función de proveedores y para monopolizar la esfera pública.
Se nos ha educado para el ejercicio del poder, el éxito profesional y la individualidad competitiva, lo cual ha implicado a su vez el desarrollo de unas capacidades y la renuncia a otras. Es decir, se nos ha socializado en el marco de unos valores y habilidades que contribuían a alcanzar y mantener nuestro papel de héroes, al tiempo que negábamos las capacidades consideradas femeninas. La masculinidad patriarcal, por tanto, se ha construido sobre una afirmación –la que la vincula con el ejercicio del poder y, en consecuencia también, con el uso en su caso de la violencia– y sobre una negación –ser hombre es ante todo “no ser una mujer”.  
No en vano el diccionario de la RAE mantiene como una de las acepciones de feminidad “el estado anormal del varón en el que concurren uno o varios caracteres femeninos”. De ahí que la homofobia, entendida en un sentido amplio como rechazo de lo femenino y en sentido estricto como negación de las opciones no heterosexuales, forme parte de la definición de una virilidad que ha acabado actuando sobre nosotros como un “imperativo categórico”.
En definitiva, y gracias al patriarcado, los hombres también tenemos género, es decir, también “nos hacemos” de acuerdo con unas reglas sociales y culturales que determinan nuestro lugar en la sociedad así como nuestra propia identidad. Somos educados para desempeñar el papel que se espera de nosotros y que está ligado a las posiciones de privilegio que durante siglos nos han convertido en sujetos activos frente a unas mujeres sometidas en lo privado y condicionadas por su papel de cuidadoras. Y no sólo nos hemos visto obligados a asumir como máscaras inalienables la agresividad, la competitividad, la obsesión por el desempeño o la fortaleza física, sino que al mismo tiempo hemos renunciado a las virtudes y capacidades vinculadas a lo emocional, a los trabajos de cuidado, al mundo femenino que ha carecido de valoración socio-económica y cultural.
Esa omnipotencia también ha generado sus patologías, las cuales nos han mantenido en muchos casos aferrados a un yugo. Prisioneros en la cárcel de la masculinidad hegemónica que nos ha exigido demostrar de forma permanente nuestra hombría y ocultar bajo mil escudos nuestra humana vulnerabilidad.
Es urgente, pues, que los hombres empecemos a mirarnos por dentro y a analizar críticamente nuestro lugar en un pacto social que nos hizo vencedores, aunque paradójicamente también nos condenara a renunciar a todo lo que no cabía en el prototipo del que Joaquín Herrera denominó "depredador patriarcal". Es necesario que nos reubiquemos en lo privado, que reivindiquemos y ejerzamos nuestro derecho-deber de corresponsabilidad en el ámbito familiar, que asumamos los valores y las habilidades que durante siglos negamos por entenderlas como negadoras de nuestra masculinidad y, por supuesto, que encabecemos junto a nuestras compañeras las luchas aún pendientes por la igualdad. Un compromiso que se hace especialmente necesario ante la crisis del Estado Social y la reacción patriarcal que empieza a vislumbrarse, dos factores que no sólo ralentizan la agenda feminista sino que incluso ponen en peligro los derechos que creíamos definitivos.
La conquista de la democracia paritaria pasa necesariamente por la revisión de la masculinidad patriarcal y por un proceso de transformación socio-cultural en el que los hombres hemos de asumir un papel protagonista. Sin él, los logros serán puntuales y frágiles, de manera que se continuará prorrogando un orden que sigue empeñado en ofrecer más obstáculos a las mujeres en el ejercicio de sus derechos y que en los últimos tiempos está desarrollando mecanismos cada vez más sutiles de dominación.
Esa revisión debe incidir a su vez en la armonización entre lo público y lo privado, así como en la redefinición de una racionalidad pública hecha a imagen y semejanza de los hombres. En estos momentos de crisis política y económica es más oportuno que nunca plantear otras maneras de ejercer el poder, de organizar la convivencia y de gestionar los conflictos.
Es necesario encontrar, como ya plateara Virginia Woolf en sus Tres guineas, “nuevos métodos y nuevas palabras”. Un reto que exige la superación de la subjetividad patriarcal, la apuesta por masculinidades heterogéneas y disidentes y la configuración de una ciudadanía capaz de superar los binarios –público/privado, razón/emoción, producción/reproducción, cultura/naturaleza, heterosexualidad/diversidad afectivo-sexual– que durante siglos han servido para mantener subordinadas a las mujeres y en posición de privilegio a los hombres.
Aunque también, y eso es algo que yo he ido descubriendo al quedarme desnudo frente al espejo, esa hombría impuesta nos haya condenado, a la mayoría sin ser conscientes de ello, a perdernos todo aquello que el orden cultural dominante entendía que entraba en contradicción con la demostración pública de nuestra virilidad. De ahí el doble compromiso que como hombre demócrata asumo como irrenunciable, el que comienza por quitarme la máscara del género que me atosiga y que continúa con la militancia feminista que parte del convencimiento de que la democracia o es paritaria o no es.

Octavio Salazar Benítez es profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Córdoba y autor de Masculinidades y ciudadanía. Los hombres también tenemos género (Dykinson, Madrid, 2013).
Imagen: “La lección de esgrima”, Fernando Bayona
http://blogs.elpais.com/mujeres/2013/04/los-hombres-tambi%C3%A9n-tenemos-g%C3%A9nero-1.html

sábado, 6 de abril de 2013

¿Las mujeres de vuelta al hogar?



Las mujeres de vuelta al hogar. Esto, parece ser, es lo que buscan las actuales políticas de salida a la crisis. Unas políticas que cuentan con un claro sesgo ideológico, tanto a nivel económico como social. 

Y es que en la medida en que se recortan servicios básicos, como sanidad y educación, y prestaciones sociales diversas, como la Ley de Dependencia, hay todo un trabajo de cuidados, invisible pero necesario, que acaba volviendo a recaer, mayoritariamente, en las mujeres. El ataque frontal a un maltrecho Estado del Bienestar y la transferencia del coste de la crisis a los sectores populares, se sostiene sobre nuestras espaldas. 
No en vano, el sistema capitalista se perpetúa, en buena medida, a partir del trabajo doméstico no asalariado, que realizamos sobre todo las mujeres en los hogares. Una cantidad de trabajo enorme, no remunerado, del que no se puede prescindir y del cual el capitalismo necesita para subsistir. 
Al poco de llegar al gobierno, el PP anunció un recorte de 283 millones de euros en la ya muy anémica Ley de Dependencia, arrastrándola al borde de la desaparición. Una medida que, más allá de dejar a unas 250 mil personas sin ayuda y casi imposibilitar la incorporación de nuevos beneficiarios, aumentó la presión sobre las mujeres. Los cuidados que ya no son asumidos por la administración pública acaban recayendo en el ámbito privado, en el hogar y, en especial, en las madres e hijas de personas dependientes. El bienestar familiar se mantiene a costa de aumentar el trabajo doméstico.
Si observamos las cifras de las personas inactivas, según el Instituto Nacional de Estadística (INE) en 2010, el 96,4% que declararon no buscar trabajo por razones familiares (cuidar niños o niñas, adultos enfermos, personas discapacitadas, etc.) eran mujeres. Y en la medida en que éstas tenían descendientes, su tasa de ocupación disminuía. Sin hijas ni hijos, el empleo femenino se situaba en un 77% y con ellos en un 52%. Mientras, la tasa de ocupación masculina no se veía alterada por este hecho y en todo caso aumentaba si se tenían descendientes. Conclusión: la conciliación de la vida personal y laboral se lleva a cabo a costa de la exclusión laboral, la precariedad y/o a los ritmos de vida frenéticos e insostenibles de muchas mujeres.
Otras medidas tomadas por el gobierno como la congelación de las pensiones y la ampliación del período de cálculo de la cotización tienen también consecuencias muy negativas para nosotras. Una mayor presencia en la economía informal y, a menudo, una vida laboral intermitente, debido al cuidado de terceros, dificultan el poder sumar una cotización mínima.
Las mujeres encabezamos el ranking de los empleos mal pagados y socialmente desvalorizados. Del total de contratos a tiempo parcial, un 77,6% están en nuestras manos. Y la precariedad del empleo que fomenta, aún más, la última reforma laboral, no hace sino dificultar nuestra autonomía y conciliación personal y familiar. Asimismo, es importante señalar que ambos sexos no partimos en igualdad de condiciones en el mercado de trabajo. Las mujeres cobramos un 22% menos de media por año que nuestros compañeros, según la última Encuesta Anual de Estructura Salarial publicada en 2009 por el INE, y esta discriminación salarial crece cuando mayor es nuestro nivel de estudios. 
Más allá de estos recortes en derechos sociales y laborales, enfrentamos una creciente ofensiva reaccionaria contra derechos sexuales y reproductivos. El  proyecto de reforma de la Ley del Aborto del PP, que pretende restringir aún más las condiciones, plazos y supuestos para abortar, y que nos hace retroceder años atrás en dichos derechos, es sólo la punta de lanza. 
Unas políticas que buscan imponer un modelo de sexualidad heterosexual, vinculada a la reproducción, y controlar la capacidad reproductiva de las mujeres. No quieren que tengamos derecho a decidir sobre nuestros cuerpos ni nuestras vidas, de aquí la amenaza del castigo penal al aborto. 
Hoy 25 de noviembre reivindicamos el día contra la violencia machista para visibilizar una violencia invisible pero cotidiana y persistente contra las mujeres, que no hace sino agudizarse en el actual contexto de crisis. En el segundo trimestre del 2012, las denuncias por violencia machista aumentaron un 5,9% respecto a los tres primeros meses del año. Y las mujeres que sufren dichas situaciones cada vez son peor atendidas, debido a la disminución de recursos públicos. 
CiU ha convocado para este día 25 elecciones al Parlament de Catalunya y la Junta Electoral ha prohibido la manifestación que se iba a celebrar y que, de todos modos, va a tirar adelante. Pero, como señala la Vocalía de Mujeres de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona: “no es la convocatoria de los colectivos feministas la que coincide con una cita electoral, sino el llamado a las urnas el que se produce un 25 de noviembre”. Un hecho que muestra, una vez más, el nulo interés político por dicha cuestión.
La salida actual a la crisis busca devolvernos, a las mujeres, al hogar, recuperar roles familiares y de género retrógrados. Se trata de una ofensiva en toda regla contra derechos económicos, sexuales y reproductivos. Pero no lo vamos a permitir. Porque aunque algunos no les guste, aquí nosotras decidimos. ¿Las mujeres de vuelta al hogar? Ni soñarlo.


Por Esther Vivas Artículo publicado en Público.es, 25/11/2012